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sábado, 31 de marzo de 2012

La fiesta brava. ¿Prohibirla o no?



En los últimos tiempos ha cobrado fuerza en el mundo occidental el movimiento que se opone a la realización de las corridas de toros. Un punto álgido lo tuvo en julio del 2010 cuando el Parlamento de Cataluña, región autonómica de España, prohibió esta actividad a partir de 2012.

Ahora las fuerzas se han concentrado en México, donde avanza una iniciativa de ley en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (el Parlamento de la capital mexicana) que busca abolir las corridas. La polémica está más que puesta con los desencuentros entre los taurinos que defienden la fiesta y los antitaurinos que se escudan en el ecologismo.

Y mientras la animadversión entre los grupos antagónicos sube a niveles alarmantes, que en cualquier momento podría desatar una irracional violencia con desenlaces funestos (y que ojalá no suceda), hay que conocer a fondo los argumentos de cada bando.

La tauromaquia es una actividad milenaria cuyos orígenes se encuentran en la antigua Creta, durante la Edad de Bronce. Desde entonces, el hombre ha lidiado al toro, hasta llegar a su modalidad actual, la cual se estableció en España (a donde llegó influencia griega) en el siglo XII.

En la fiesta brava, un hombre o mujer a pie o a caballo, enfrenta al astado siguiendo una serie de patrones que forman parte de este espectáculo. Se engloba el simbolismo religioso al duelo a muerte que sostiene el animal racional contra el irracional.

Inicialmente, el torero únicamente enfrenta al toro con el capote, una tela larga con la cual esquiva las embestidas del astado. Posteriormente, entra un picador a caballo a darle un puyazo al animal irracional.

A mucha gente, incluidos varios taurinos, no les gusta este protocolo que, sin embargo, es necesario por una sencilla razón que puede parecer ilógica: evitar que le dé un paro cardiaco al toro. (Si hay dudas, se puede preguntar a los doctores el porqué a veces les pinchan los dedos de las manos hasta causar un sangrado a las personas con problemas de corazón o presión.)

Después de los picadores, viene la suerte de banderillas. Las banderillas son unos palos adornados que se clavan en el lomo del toro y los cuales, irremediablemente, también le causan sangrado por sus pequeños ganchos. El torero o una persona de su cuadrilla (equipo) especializado se encarga de colocarlas en el astado.

Por último, el torero vuelve a enfrentar al animal irracional usando otra tela más chica llamada muleta. Su actuación termina con la suerte suprema, donde usa una espada denominada estoque y con la cual le da muerte al toro.

El juez de plaza y el público juzga la demostración del torero por su variedad en el manejo del capote, banderillas (si las clavo él) y muleta, así como efectividad en hacer la estocada. Si cumple con las expectativas, puede recibir desde una oreja del astado, hasta las dos y el rabo.

Ciertamente el enfrentamiento del torero con el toro usando el capote y la muleta es un momento esperado y espectacular, por la asociación que se logra hacer. Pero también es verdad que a muchos taurinos les encanta más la suerte suprema donde el toro generalmente acaba muerto. Una situación injusta y cruel a todas luces.

Con esas características, el toreo se acentuó en España, el sur de Francia y en varios países de Hispanoamérica, hasta volverse una tradición folclórica. En Portugal adquirió un aparente carácter de incruento donde al astado se le realiza la lidia, pero no se le mata. Sin embargo, fuera de la plaza se acaba con su vida de forma tortuosa.

¿Cuál es el problema? La fiesta de los toros es vista por los ecologistas antitaurinos como una forma de maltrato animal, un acto de tortura que sirve de divertimiento, además de ser un evento anacrónico. Los taurinos alegan en su defensa que es una manifestación cultural con varios siglos de existencia y mucha gente vive de ella.

La tauromaquia, como todo, tiene sus puntos buenos y malos. Lo realmente interesante de la lidia es cuando se da la ya comentada asociación torero-toro con el capote y muleta. Lo malo es que sí se le causa un daño al animal irracional (banderillas) y se le mata (estocada), a menos que concedan indulto en reconocimiento a la bravura del toro.

Ése es el meollo del asunto. El tema se ha puesto prolijo por las posturas risibles de taurinos y antitaurinos. Los primeros, conservadores y también morbosos para ver sangre, quieren su espectáculo intacto antes de seguir el camino portugués. Los segundos, esquizofrénicos en su afán de suprimir las corridas, han exagerado la realidad del entorno que rodea a los toros y enseñan un panorama fantasioso.

Particularmente no estamos de acuerdo con las prohibiciones de cualquier tipo actividad. Hacerlo coarta las libertades y atenta contra las garantías individuales de las personas, además, propicia en las personas ese ánimo de desafiar las reglas establecidas y entrar a la clandestinidad.

Sin embargo, en este caso tan espinoso como es la fiesta brava está de por medio la vida de un animal o dos (hay toreros que han muerto por las cornadas).

Si se diera el caso de ser abolida la fiesta brava, dudamos mucho de su duración. Antes otras actividades como los Juegos Olímpicos, el boxeo o el fútbol fueron prohibidos por siglos, acusados de ser eventos satánicos y actos de barbarie. El veto a estos tres acontecimientos se levantó en el siglo XIX y actualmente se desarrollan sin problema.

No obstante, el boxeo y el fútbol fueron condicionados a reformarse para que los volvieran a incluir en la sociedad moderna. La tauromaquia española, francesa e hispanoamericana ha reflejado una postura reacia al cambio, desdeñando la posibilidad de pasar al lado incruento como ya hacen en suelo lusitano.

Es posible que la abolición no represente un completo golpe de muerte a las corridas. Pudiera beneficiarlas a largo plazo si los taurinos dejan de lado la soberbia y le quitan a la fiesta los elementos en los cuales el astado es lastimado (excepto el puyazo del picador, por razones ya explicadas).

Ver en la prohibición la oportunidad de evolucionar y ser mejor, es un paso que debe considerarse.

Hasta la próxima.