Luego de ver lo ocurrido al futbolista paraguayo Salvador Cabañas, la primera impresión que dio cuando se supo de esa noticia fue de incredulidad, después de corroborar que fue real lo del balazo a la cabeza hubo sensación de impotencia. Finalmente llegamos a la resignación.
Pero lo resignado no fue por dar por hecho su muerte (a la fecha aún vive y parece ir de mal a bien el delantero estrella del América), sino por la sociedad en la que vivimos. La comunidad actual está llena de salvajes, seres sin escrúpulos deseosos de imponer la ley del más fuerte y abusar de los débiles.
Ya todas las semanas escuchamos, leemos o vemos noticias de este tipo, muchas de ellas con desenlaces trágicos. Y por si no fuera suficiente, está el morbo del resto de la sociedad, que como chacales hambrientos, nomás escuchan o ven la palabra ‘sangre’ y van en su búsqueda.
Todo ello es muy triste. Ya no hay el más mínimo decoro, tolerancia, prudencia e inteligencia (es curioso, la humanidad presume ser la especie racional en la Tierra, pero demuestra lo contrario con sus acciones).
No se debe generalizar, eso hay que puntualizarlo. Afortunadamente aún existen personas maravillosas, sabias, tranquilas, sensibles, amigables y tolerantes. Mas son como una raza en peligro de extinción. Cada vez más se hacen menos, mientras los salvajes se reproducen como cucarachas (y al igual que dichos insectos, son nocivos).
La educación brilla por su ausencia, en parte porque los salvajes llegaron al poder y redujeron la enseñanza a lo mínimo con tal de que las juventudes resultaran tontas y manipulables. Pero ello también derivó en el salvajismo. Es una pena, la verdad da vergüenza ser humano por tanta tropelía hecha por miembros de la misma especie.
Hasta la próxima.
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