Cada que se acerca el 14 de febrero ocurre lo mismo. En las tiendas abundan los adornos con forma de corazón, los chocolates, flores y postales están en oferta, y frases como ‘te quiero mucho’ aparecen en todos lados. Es la fiebre del Día de San Valentín.
Lejos de querernos adentrar en los orígenes de esta festividad, hay que puntualizar sobre el real motivo para su instauración. Se supone que se debía honrar la memoria de un mártir víctima de los arrebatos de un emperador romano a quien no le cuadraba la idea de tener relaciones conyugales en tiempos de guerra.
Pero con el paso del tiempo, lo que debe ser el reconocimiento a un hombre que desafió el poco razonamiento de un gobernante, se volvió el pretexto ideal para mostrar, en la mayoría de los casos, sensiblerías falsas, pero también el sacar provecho comercial con el consumismo de fetiches para saciar esa hipocresía tan común entre los humanos.
Los sentimientos sinceros de amistad no se deben reservar únicamente para caprichos de calendarios, idolatrados por las grandes marcas publicitarias. La gente no es más importante por decir ‘te quiero’ en un Día de San Valentín que en otro donde no se celebra nada.
No todos se dejan llevar por esta especie de ‘marabunta cursi’. Resisten la tentación del consumo de obsequios, así como el ponerse muy melosos. Es innecesario hacer todo eso por decreto de un almanaque. Es mejor que la real amistad, nobleza y agradecimiento salgan por sí mismas cuando sea pertinente.
Mientras, a los ‘borregos’ queda desearles que pasen un bonito Día de San Valentín. A los opositores a dicho festejo, como diría el periodista y músico Fernando Rivera Calderón, que tengan un “¡¡Feliz Día de San Valengrinch!!”
Hasta la próxima.
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